Al descubrir la constante de tiempo entre bomba y bomba, sonrió estúpidamente como cuando, de pibe, se daba cuenta de los trucos de magia que el viejo le hacía.
Oculto en la trinchera con cada vuelta que le daba al reloj de arena, cerrando los ojos y tapándose los oídos con fuerza, anticipaba el próximo disparo.
Una noche, con la primera explosión, amagó a dar vuelta el reloj y en un acto reflejo frenó su mano, unos centímetros, antes.
Sentado en posición de bicho bolita, apoyando su cara sobre las rodillas, sin taparse los oídos, sin pestañear, lo miró fijo y haciendo fuerza con la vista, ahorco más y más la ampolla de vidrio.
Sentado en posición de bicho bolita, apoyando su cara sobre las rodillas, sin taparse los oídos, sin pestañear, lo miró fijo y haciendo fuerza con la vista, ahorco más y más la ampolla de vidrio.