No somos nosotros los contradictorios, son las palabras.
A las palabras hay que estrujarlas hasta que no digan más nada.
A las palabras hay hacerlas pedazos, desintegrarlas para tratar de que muestren todas sus partes.
La palabra niega, hay algo que no dice.
Una misma palabra no te pega nunca en el mismo lugar de tu cabeza.
Por más que desnudes una palabra, le saques los disfraces, nunca la ves tal cual es.
Dale un instrumento, la palabra siempre ejecuta su mejor concierto para que cada uno escuche su propia canción.
Frena, sostiene, empuja, atrapa. La palabra, una masa, tiene su inercia.
Una palabra después de pronunciarla toma infinitas formas.
Una palabra no dice lo mismo todo el tiempo.
El silencio no existe, es una de las formas que toman las palabras.
Las palabras, nunca desaparecen.
Las palabras siempre dicen lo que quieren mientras nosotros escuchamos lo que podemos y viceversa.
Las palabras se las ingenian para escaparle al aburrimiento de decir siempre lo mismo.
En lo que resta, en el descarte, en lo que está afuera de la palabra, está la poesía.
Hablamos del borde, de lo que está afuera, también está el fondo, lo oscuro, ese lugar dónde dejamos de ver y sólo queda la palabra.