¿Por qué volví? ¿Para qué? ¿Qué vine a buscar? ¿A cerrar una historia? ¿Quién fui? ¿Quién soy? ¿Qué es patria? ¿Me interesan las islas? ¿Y Dios?
Cuántas preguntas antes de un viaje. Quizá nunca encuentre la exacta.
Mientras, la poesía.
De todas las que uno puede hacerse buscando un justificativo para volver a las Islas viene el dicho de “volví a cerrar la historia”.
¿Cerrar una historia? Todo un verso. Podés cerrar una puerta, una ventana, un vestido, un saco, una bragueta, la boca, la mano, transformándola en puño para cerrar un ojo o dos, en fin, podés cerrar muchas cosas. ¿Pero una historia?.
Una historia termina. O no.
Sospecho que esta termina como comenzó, con la muerte.
No me gusta hablar de Malvinas, prefiero hablar de la guerra. No importa dónde suceda, es lo mismo. Lugar común: la estupidez tan grande y vieja como el mundo, no aprendemos, volvemos a matarnos en nombre de algún dios, de la patria o de ambos. Claro que detrás de ese dios y de esa patria siempre hay un negocio.
Volví a las islas a cerciorarme que la guerra había terminado y que el negocio está funcionando.
Caminé por los mismos lugares, nadie me disparó, tampoco bombardeaban. Dormí en medio del campo. Fui desarmado y sin militares, no tuve miedo. La guerra terminó.
Ví la base militar de Mont Pleasant. El negocio está funcionando. Pensé en el agua y me reí de la soberanía.
¿Cerrar la historia? Por favor!
Ésta historia terminará sólo para mi, con la tapa del cajón o con la puerta del horno.
Claro, otro deberá cerrar la historia.
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