Antes que me prendan fuego quiero que todos estén con un hermoso, grande, delicado y frágil copón de cristal entre sus manos con el mejor de los tintos añejado para la ocasión.
Quiero que caminen por la sala cada uno con su hermoso, grande, delicado y frágil copón de cristal haciendo pequeños círculos horizontales en el aire, a la altura de la cintura, para airear el tinto, porque el tinto debe respirar.
A los niños, nada de vasitos de plástico. Por más que no tomen vino a ellos también los quiero entre los grandes, como los grandes, con su copón.
Cuando digo que todos estén con un hermoso, grande, delicado y frágil copón de vino entre sus manos es absolutamente todos; si no que no entren, es mi vinorio, me reservo el derecho de admisión.
No quiero que brinden por mí, quiero que lo hagan por ustedes. Brindar por mi no tiene sentido, no voy a enterarme. Tampoco quiero que lloren, el que tendría que llorar soy yo, por mi situación, y no voy a poder.
Brinden y tomen hasta que cierren la sala; eso sí, no los quiero borrachos, los quiero hasta el final con el hermoso, grande, delicado y frágil copón de cristal con vino entre sus manos.
Cuando me bajen de la caja de la camioneta, pongan el cajón en el carrito y empujen por el camino arbolado del parque hacia el horno; vayan todos, absolutamente todos, detrás mío, saboreando el tinto en esos hermosos, grandes, delicados y frágiles copones de cristal.
Recuerden hacer pequeños círculos horizontales a la altura de la cintura, es indispensable que el tinto respire, que ustedes respiren sobre el tinto antes de que entre en sus bocas y cuando haga contacto con el paladar, respiren suavemente cerrando los ojos. Recuerden que es indispensable respirar.
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