Acusada de falso testimonio por la realidad, en libertad condicional, la poesía anda entre nosotros.
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A veces me siento a leer poesía en el estudio, entre mis cosas. Otras, me siento en algún rincón de la casa de espalda a la ventana, no sé si para tener buena luz o para darle la espalda al mundo.
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En el pasado quedaron muchos huguitos, a veces, vuelvo con algunos poemas a buscarlos.
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Cuando veo a la gente al sol me gustan más sus sombras.
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No importa la hora que marque el reloj, éste es el momento.
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Fotografiar un baile, filmar un piedra, grabar el silencio, escribir en el agua, dibujar en el aire, amar a alguien.
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Con el tiempo las casas se ponen tristes, silenciosas y contagian a sus habitantes.
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En el último piso dos desconocidos suben a un ascensor, uno aprieta planta baja, se cierran las puertas, hay miradas al piso, de reojo pero no hay palabras, los dos salen sin mirarse, sin mirar atrás, así, como en una historia de amor.
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Los árboles eran de tarzán, los trapos negros del zorro, el auto abandonado de meteoro, las risas de biondi, las meriendas de piluso y el hambre era de algunos pibes de Tolosa.
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No podés salir, ni abrir la boca, tampoco pegar una bocanada de aire fresco. Una vez que te apretás la nariz, cerrás los ojos, inflás los cachetes y te sumergís en el mundo, aguantás un ratito. Después te lo tenés que respirar.
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