Un día de confort

Habían pasado más de 45 días, cuando a mediados de abril llegaron a esas posiciones, entre las grandes y blancas piedras que sobresalían de una elevación a orillas del río Murrell, ese era su hogar, esperaban. Desde allí podían ver el pueblo, y todos los montes a su alrededor cuando el día estaba despejado. Al sur el monte Moody Brook, detrás de él el Tumbledown. Al suroeste el monte Londong. Al oeste el Wireless Ridge, más allá el Two Sister y el Kent. No son muy altos, parecen una foto de un mar muy verde con pochoclos flotando en enormes olas. Había sido un hermoso paisaje. Lo que fue paisaje ahora es un campo de batalla. Llevaban 23 días de bombardéos. Eran sólo 13 soldados, un grupo de avanzada, el resto de la sección estaba cuatro mil metros detrás de ellos sobre el Moody Brook, también esperando. El miedo iba siendo inversamente proporcional a la cantidad de bombas. A veces, estando lejos de las posiciones, las escuchaban silbar sin previo aviso y cuando eso sucedía se arrojaban de panza al piso, cerraban los ojos y esperaban la explosión, el resto era una cuestión de azar. Cuando sonaba el alerta roja se acostaban en el piso boca arriba y trataban de divisar el avión que bombardeaba. Siempre una cuestión de azar. Sólo esperaban.
“Maidanaaa!!!” Gritaba uno de los cinco, que habían visto desde lejos cuando bajaban del Wirelles Ridge hacia el Murrell.
“Qué pasa, Encinas??”
“Me manda el Teniente 1º Calvo a relevarte a vos y a cuatro de tus milicos para que puedan ir un día al pueblo”.
“Rubén, Carlos, Gustavo, Hugo prepárense que salimos para el pueblo hasta mañana” Gritó el Cabo 1º Maidana, y después acotó “No lleven mucho peso”.
Los soldados comenzaron a prepararse. En el correaje sólo cuatro cargadores y la caramañola llena, el FAL con otro cargador, con el que llegaban a cien municiones de 7,62 mm cada uno, dos FM-K5, unas granadas españolas de cuerpo plástico que eran mucho más livianas que las FM-K2 con cuerpo de fundición, en los bolsillos laterales del dubet, los puchos, la cajita de Ranchera y en vez del casco, el “panoca”.
Salieron temprano para llegar al pueblo antes de que oscurezca. Los días en las islas son muy cortos, amanece a las nueve y el sol se pone a las dieciocho treinta. Tenían que caminar diez kilómetros sobre ese suelo medio pantanoso por la turba, pisar entre las piedras, soportar las ráfagas de viento, que a veces llegaban a los ochenta kilómetros, la constante llovizna, el frío, subir y bajar el Moody Brook. Además, el bombardeo.
“Ya tengo todas las patas mojadas, no le erré ni a un puto charco y todavía no hicimos ni la mitad de camino”.
“No te preocupes, si se te congelan ahora vienen unas patas ortopédicas buenísimas”.
“Andá a cagar pelotudo”.
“Hablando de cagar, aguántenme que me hecho un cago”.
Se sentaron un rato sobre las piedras, fumaron y planeaban cambiar cigarrillos por comida en el hospital del pueblo. Hacía varios días que no se veían ovejas. La comida escaseaba. Comenzaba el hambre. Comida, bombas, comer...siempre una cuestión de azar.
“Uf, que frío!!! Boludo, me peló el culo”
Siguieron la caminata, cruzaron el Moody Brook, pasaron por el cuartel de los Royal Marines, luego por la planta de agua y comenzaron a caminar sobre el camino asfaltado que llevaba al pueblo, costeando la bahía. Se cruzaban con otras caras, distintas, nuevas, de soldados que no estaban tan sucios ni flacos como ellos. Ya estaban cerca.
Jeeps que iban y venían, soldados parados sobre el camino y algunos helicópteros Bell UH-1H sobre lo que parecía una cancha de golf. Todo estaba muy tranquilo. Alerta roja. Por instinto comenzaron a mirar hacia arriba buscando divisar el avión, esperaban los silbidos pero sólo escucharon explosiones a lo lejos. Todo es cuestión de azar. Cuando bajaron la vista estaban solos sobre el camino.
“Qué hacen tagarnas ahí parados? Milicos de mierda!!! No escucharon el alerta!!!” Gritaba como loco un sargento que salía de su pozo zorro, entre el resto que iba apareciendo de a poco desde sus posiciones.
“Nos hablás a nosotros?” Le preguntó el Cabo 1º Maidana mirando a sus soldados que comenzaron a reír
“Milicos de mierda de dónde carajo son?” Les gritaba el Sargento con cara desencajada a las espaldas de los soldados que siguieron camino al pueblo.
Llegaron. Al lado, en un terreno una enorme carpa verde con cruces rojas sobre círculos blancos pintadas sobre el techo y sus laterales se comunicaba con el hospital. Había heridos hasta en los pasillos. Varios amigos y conocidos, la mayoría esperando que los lleven al continente. Los vuelos de los Hércules eran cada vez menos.
Pasaron largas horas con los heridos, charlando con algunos y acompañando a otros, muriendo también un poco. Ellos lo sabían, todo es cuestión de azar.
“Las duchas dónde están?” Preguntó el Cabo 1º Maidana.
“Por este pasillo al fondo” Respondío sin mirarlo un milico que paso caminando, casi corriendo, con el uniforme y los guantes de latex llenos de sangre.
Caminaron entre los heridos hacia la ducha, sentían culpa de poder caminar. Ya no podían sostenerles las miradas.
“Qué te pasa?” Preguntó, Gustavo
“Mirá boludo!! Eso soy yo. No me conocí el cuerpo” Dijo Hugo mirando su fantasma en el espejo.
“Estamos todos echos mierda”.
Después de bañarse y afeitarse se pusieron la misma ropa que llevaban puesta desde hacía un mes y medio y se acostaron a dormir en un pasillo entre los heridos. El cansancio y el hospital pudieron más que el hambre y los planes de canjear cigarrillos por comida.
A la mañana siguiente emprendieron el regreso a sus posiciones. Sabían que cuanto más se alejaban del pueblo más difícil se volvía mantenerse vivo.
El camino de regreso fue tranquilo, sin bombardeos. Pararon a almorzar en una cocina de campaña cerca de la planta de agua, pero sólo pudieron conseguir unas latas de viandadas, que comieron sentados contra unas de las paredes del cuartel de los Royal Marines antes de llegar a sus posiciones.
Cuando llegaron, los que habían ido a relevarlos ya estaban preparados para irse.
“Cabezón, me falta un kilo de leche en polvo!!!” Le grito Hugo al Cabo 1º Maidana sacando la cabeza de su posición.
“A mi me faltan unas barras de chocolate!!” Gritaba Rubén desde el otro lado de las piedras.
“Pará Encinas!! Quedate ahí nomás” Le gritó el Cabo 1º Maidana mientras corría con otro soldado en su dirección.
“Que tus milicos abran las bolsas de rancho” Dijo Maidana
“No..eh…dejá…eh…acá están las cosas…eh….seguro que las metí en la bolsa sin darme…” Ahí terminó la frase de Encinas con la leche y los chocolates volando por el aire cuando Maidana le pegó una piña en el medio de la trompa que lo dejo acostado en el piso. El soldado que estaba con Maidana tiró de la corredera del FAL metiendo una munición en la recámara, apoyó el caño sobre el cuello del Cabo Encinas y su dedo índice presionó la cola del disparador al límite justo antes de percutar.
“Dejá Hugo, no lo mates y vos rajá de acá hijo de puta” Dijo Maidana apoyando su mano sobre el hombro del soldado que dando un paso atrás levantó el FAL.
El cabo Encinas se levantó como pudo y se fue en silencio, con la sangre chorreando de su naríz y la aureola de meo en la entrepierna de la bombacha. Los soldados lo siguieron a unos pasos de distancia. El grupo de avanzada quedó en su posición, en su hogar, después del día de confort. Esperando.

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