De tolosa a malvinas y viceversa

¡Yo hago pareja con El Tanooooo!!! Uno siempre buscaba al más rápido para jugar a la mancha de a dos... o al más compinche; las otras parejas eran: Osvaldo y Norber, Luisito y el Colo, Marroco y Pocho, Cartucho y Ale, Bianchi y Bovino y otras que hoy no recuerdo.
Corríamos todo el recreo y todos los recreos, así quedábamos, los pelos largos y mojados, algún que otro botón menos en el guardapolvo y las rodillas lastimadas cuando las gastábamos, en una caída, contra las grises baldosas irregulares del patio. El final del juego lo marcaba “La Tula”, cuando hacía sonar la campana y... ¡Todos al aulaaaa!!! Ahí sí, íbamos caminando, no teníamos ningún apuro, nos esperaba “La Pirula” con sus problemas de regla de tres simple, que no eran tan simples y para nosotros eran realmente un problema.
Transcurría la década del ‘70, teníamos 12 años, los pantalones oxford, los zapatos con plataforma, los malones, el winco a full con Sandro, Roberto Carlos, los longplays de Música en Libertad y el de colores de Alta Tensión, Viendo a Biondi...“Patapúfete ¡Que fenómeno este tiiiipo!”... Ultraman, Titanes en el Ring...”¡Con el cortito, Martín!”... No sabíamos qué pasaba, pero intuíamos que algo no estaba bien por ahí, cerca.
El último grado de la primaria, éramos los más grandes de la escuela, sobre el guardapolvo usábamos una enorme corbata celeste con letras negras. “Egresados ‘74”. Era una sensación medio extraña, la alegría de terminar la escuela primaria y la tristeza porque nos dejaríamos de ver entre quienes habíamos convivido siete hermosos años en la Escuela Nº 79, José María Bustillo de Tolosa. “La 79”.
Ya tenía claro que quería ser cuando fuera grande, me quería dedicar a la electrónica, así que me anoté para rendir el examen de ingreso en la E.N.E.T. Nº1 Albert Thomas. Ese primer día en el Thomas, un hall inmenso lleno de pibes, con caritas de miedo, el nerviosismo del examen, el saco, la corbata, todos en silencio, el miedo a lo desconocido. Y ya no importaba el resultado, quería rendir el examen cuanto antes, quería que terminara, me transpiraban las manos, me costaba tragar saliva y me dolía la panza.
A la semana siguiente el resultado, los listados del transparente, ahí estaba, mi nombre, una línea de puntos y en el otro extremo ¡¡un 7,50!! ¡Que alegría! Ya era alumno del industrial.
Primer día de clase, nuevamente ese inmenso hall lleno de pibes, esta vez todos más tranquilos. Comienzan a distribuirnos por divisiones, segunda división es la que me asignan, vamos apareciendo uno a uno en el aula, ocupando los bancos. Cuando entro ya no quedaban muchos por ocupar, todas caras nuevas. El aula completa y entra el preceptor, comienza a pasar lista… ¡El Tano! Enseguida lo busqué con la vista, él ya me había visto porque ya estaba en el aula cuando yo entré. Qué bueno fue encontrarnos, habíamos compartido muchos años en “La 79” y se nos dio para seguir juntos, sabíamos que íbamos a ir a la misma escuela, pero eran como doce divisiones de primer año, así que la posibilidad que nos tocara juntos era poco probable... pero no imposible.
Año 1975, primer año del industrial, las caminatas por calle 1, las marchas a Plaza San Martín por el boleto secundario. Año ’76, las rateadas, el bar Don Julio, los licuados de banana con sacramentos, la diagonal setenta y nueve hasta el Santa Margarita para ir a buscar a alguna chica a la salida, siempre y cuando las monjas no nos corrieran, las primeras novias, Sui Generis, Manal, Pescado Rabioso, los jeans color crudo, las camisas floreadas, el golpe de estado. Comenzaban los años nefastos, la dictadura, los desaparecidos, el miedo. Comenzábamos a no entender qué estaba pasando. No sabemos, no sabemos qué está sucediendo.
Así llegamos a 1977, terminaba el ciclo básico y había que elegir la especialidad, nuevamente me separaba de El Tano, él quería ser técnico electricista, yo técnico electrónico y en el Thomas no estaba la especialidad, así que debía cambiarme de Escuela.
Me inscribí en la E.E.T. Nº3 Fray Luis Beltran de Los Hornos, única Escuela Técnica de la zona que tenía la especialidad de electrónica.
Año 1978, ciclo superior de la carrera, Argentina Campeón del mundo, el barrio de Los Hornos, otras chicas, los bailes de Teleclub, Queen, Pink Floyd, Deep Purple, Supertramp, otros desaparecidos, los argentinos somos derechos y humanos, todo el día fuera de casa, desde Tolosa a Los Hornos no había tiempo de volver a almorzar.
Un poco de sacrificio, pero me gustaba, estaba cómodo en la escuela y en el barrio, que recorría a diario entre turno y turno. Con el tiempo uno iba conociendo gente y haciendo amigos en la zona.
Llegaba el final de la carrera, último año del industrial, 1980 y se venía el sorteo de la clase ’62 para la colimba. Recuerdo esa mañana, todos con las radios a todo volumen para escuchar el sorteo, los profes no nos daban clase, estaban expectantes como nosotros, nos acompañaban, sufrían a la par nuestra, hasta que llegó mi turno, ¡¡número de ordeeen!!! Setecientos cuarenta y dos - siete, cuatro, dos; ¡¡sorteoooo!!!! Setecientos cinco; siete, cero, cincoooo.... Uffffff!!! Qué golpe, con ese número no zafaba, candidato seguro a hacer la colimba en el ’81.
Año 1980, me recibí de Técnico en electrónica, ya me había asegurado ser soldadito del Ejercito en el ’81.
Antes de hacer la colimba, quería dar el examen de ingreso a la facultad de Ingeniería, así que me esperaba el verano del ’81 con los libros de matemática y física y el curso de ingreso. Y nuevamente se cruzaron nuestros caminos, me vuelvo a encontrar con El Tano en la U.T.N., él había tomado la misma decisión, hacer el curso de ingreso y dar el examen para reservarse un banco en la facultad para después de la colimba. También lo habían sorteado y le había tocado en suerte ser soldadito del Ejército.
Llamado al Servicio de Conscripción, el 23 de marzo de 1981, Distrito Militar La Plata, Diagonal 78 esquina 10. Todos en fila según el número de la cédula de llamada y nos comenzaban a dar destino, el mío, Regimiento 7 de Infantería Mecanizado Coronel Conde. Tuve suerte (¿suerte?), me quedaba en La Plata, el regimiento estaba en 19 y 51 y como siempre, ya se nos había hecho costumbre, me encontré con El Tano. Fue increíble, otra vez juntos, mismo Regimiento, misma compañía, mismo grupo, éramos soldados. Qué bueno fue encontrarnos, habíamos compartido muchos años en “La 79” y se nos dio para seguir juntos, sabíamos que íbamos a ir a la misma colimba, pero eran muchos destinos, así que la posibilidad que nos tocara juntos era poco probable... pero no imposible.

Así pasamos la colimba, en la compañía de infantería “A”, Chacabuco. Otra vez juntos, la primaria, la secundaria, la facultad y ahora el servicio militar.
El Tano, mi amigo de la infancia, mi compinche, mi hermano del alma, siempre volvíamos a encontrarnos para compartir momentos importantes que marcarían nuestra vida.
Diciembre del ’81, la alegría y el festejo por la baja, ¡¡nuevamente civiles!! Nuestro camino, nuestros proyectos.
Año 1982, comencé a buscar laburo, algo que me aportara unos mangos para los gastos, mi viejo me había dicho que mientras estudiara me bancaba, pero bueno, uno a los dieciocho necesita unos pesitos extras, alguna pilcha, los bailes, la novia, la nafta, para cuando el viejo me largaba el auto.
Los viejos no tenían problemas en bancarme las salidas, pero a mí me daba vergüenza pedirles plata para esas cosas. Cuando yo nací, mi vieja dejó de laburar y mi viejo hacía todo un sacrificio para que en casa no faltara nada. Así fue que entré a trabajar a un depósito mayorista de artículos de limpieza, cerca de casa, de la siete de la mañana a las dos de la tarde. Luego, me quedaba un tiempito para almorzar y descansar antes de ir a la Facu, entraba a las seis. Nos encontrábamos con El Tano para ir juntos y después de la cursada nos íbamos al carrito “El pulpo” a comer unos sándwiches y tomar algo.
Todo parecía estar bien, seguía tomando decisiones, elegía que quería y qué me hacía feliz, mi novia, los amigos, mi laburo, el estudio. Me imaginaba un futuro y todos mis esfuerzos estaban enfocados hacia ese objetivo. Aunque la vida, siempre hace y deshace a su antojo, entonces suceden cosas, que nosotros no manejamos, ni elegimos, hasta nos excluyen de tomar decisiones, generando un cambio fundamental y eso fue lo que pasó.
2 de abril de 1982, tropas argentinas recuperan las Islas Malvinas.
Todo el País con banderas en las calles, una multitudinaria movilización en Plaza de Mayo, Galtieri en el balcón de la Rosada, “... Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”..., Las Malvinas Argentinas, ingleses go home, el mundo nos mira, todo una locura, algunos no entendíamos nada... todo una locura. Otra vez, no sabemos, nadie parece saber qué está sucediendo.
Unos días después, íbamos caminando con “Sanguchito”, un amigo del barrio de toda la vida, hacia mi casa. Mis viejos estaban en la puerta, sus caras me decían todo, ya me imaginaba de qué se trataba, con El Tano habíamos estado hablando del tema, la reincorporación de la clase ’62.
Mis viejos recibieron la Cédula de llamada, la reincorporación al servicio ya era un hecho, el motivo de la Cédula de llamada, la movilización, me tenía que presentar en el Regimiento 7 el día 9 de abril a las siete de la mañana, también decía: “Traer artículos de higiene y ropa de abrigo”... Otra vez era soldado, era algo que no me hacía feliz, eso, no lo había elegido, eso, no lo había decidido, eso, no estaba en mis planes.
A pesar de no estar de acuerdo, de sentir en la panza el no estar de acuerdo, a ninguno se nos cruzó por la cabeza no presentarse, no por el miedo a ser desertor, ni tampoco por un acto de patriotismo, sino que nuestra obligación era moral, para con nuestros compañeros, nuestros amigos. La mayoría éramos de ciudad de La Plata y nos conocíamos desde antes de la colimba ¿Cómo no nos íbamos a presentar? No podíamos fallarnos, más allá de las obligaciones y las Leyes del gobierno de facto, pasaba por una cuestión de amistad, de compañerismo.
Martes 13 de abril, la despedida de los familiares, dejábamos todo...TODO, nos esperaban Las Malvinas, nos esperaba la guerra, nos esperaban muchas cosas que nosotros no esperábamos.
Nuevamente El Tano, a mi lado, compartiendo una nueva historia en la historia de nuestras vidas que seguramente no iba a ser como las anteriores.
El 14 de abril, día de mi cumpleaños, llegamos a Malvinas, cumplía veinte, mi primer cumpleaños lejos de mi casa, de mis viejos, de mi familia, de mis amigos, lejos de la vida.
Al estar allá pensé en gritar como cuando estábamos en la primaria... “Yo hago pareja con El Tanooooo!!!. Uno siempre buscaba al más rápido para jugar a la mancha de a dos... o al más compinche”... Allá el juego no era la mancha de a dos, no era un juego.
Con El Tano, teníamos distintos roles de combate, él era apuntador de cañón, yo tirador, así que después de llegar nos separamos y no nos volvimos a ver.
Llegaron el hambre, el frío, los continuos bombardeos, la impotencia, la incertidumbre. Los compañeros y amigos por quienes habíamos ido comenzaban a caer y ser sólo pedazos de sus cuerpos. Y ya no importaba el resultado, quería rendir el examen cuanto antes, quería que terminara, me transpiraban las manos, me costaba tragar saliva y me dolía la panza. ¿Cuánto iba a durar la vida, cuánto iba a durar la muerte, cuánto iba a durar la guerra? Momentos interminables, noches infinitas y el deseo de que terminara, ya no importaba nada, no importaba cómo, sólo que terminara.
Estaba en un grupo de avanzada, nuestra misión era enviar información a nuestra sección que estaba unos tres mil metros detrás nuestro, pero la noche del 13 de junio, perdimos contacto, quedamos aislados.
Nos atacan, nos defendemos, comienza el fuego de armamento pesado, nos replegamos, la noche y la nieve ayudan a que no nos detecten, volvemos a nuestras posiciones, quedamos entre los dos fuegos, no entendemos nada, ni sabemos qué está sucediendo. Otra vez, no sabemos qué está sucediendo. Pero esta vez no hay duda, esta vez es con nosotros.
(En realidad las defensas de Monte Longdon y Wirelles Ridge habían cedido. Las tropas argentinas se venían replegando hacia Puerto Argentino, los ingleses avanzaban y nosotros, sin saberlo, quedamos detrás de las líneas inglesas.)
Comenzaba a amanecer, los bombardeos ya no eran tan intensos y los disparos de armas livianas espaciados. Desde nuestras posiciones comenzamos a ver el terreno: estaba irreconocible, hacía tres días que veníamos soportando un continuo bombardeo, no era el mismo, parecía que estábamos en otro lugar y los helicópteros ingleses ya sobrevolaban la zona.
Estábamos solos, ya no se escuchaban disparos, se veía movimiento de tropas y no eran las nuestras, éramos solamente trece soldados, solamente un grupo, ¿Qué hacemos? Tomamos la decisión entre todos: romper el armamento y entregarnos, pase lo que pase.
En la mañana del 14 de junio comenzamos a caminar hacia donde habíamos visto movimiento, debíamos caminar unos cuatro mil metros hacia una elevación después de pasar una bahía que se formaba por un codo del río Murrell. Así, los trece, desarmados, caminando en fila, dejando dos metros, más o menos, entre cada uno de nosotros, emprendimos la caminata, una caminata que no sabíamos como iba a terminar, no sabíamos si era nuestra última caminata por Malvinas o simplemente nuestra última caminata.
Llegamos al lugar dónde habíamos visto movimiento, no encontramos a nadie, mucho silencio, muy sospechoso, no era bueno lo que sucedía; de repente, cerrojos de fusiles y muchos gritos en inglés, comenzaron a salir soldados de atrás de las piedras, apuntándonos.
Cerré los ojos, esperaba los disparos, se me cruzaron un montón de imágenes, pensé en todo lo que había dejado, apreté los dientes y contuve la respiración... y nada, sólo se volvieron a escuchar más gritos en inglés, abrí los ojos, largué el aire,... ¡No dispararon! ¡Sigo vivo! Comencé a mirar las caras de los ingleses, ellos también se notaban cansados, ellos también querían que terminara. ¿Les importaba el resultado, querían rendir el examen cuanto antes, querían que terminara, les transpiraban las manos, les costaba tragar saliva y les dolía la panza? En ese momento supe que iba a regresar a casa.
Todos cuerpo a tierra, la cara contra la nieve, las manos en la nuca, no levanten la cabeza… traducía Gustavo, uno de nuestro grupo que entendía inglés. Nos iban revisando de a uno, nos hacían parar y nos palpaban; quise ver qué estaba sucediendo y levanté la cabeza, como respuesta recibí una patada, por suerte sobre el casco, igualmente quedé un poco aturdido, pero entendí el mensaje, ése no necesitó traducción. Después nos paramos y comenzamos a caminar hacia el monte Moody Brook, ahí se encontraba el grueso de la tropa inglesa.
Llegamos, hasta una enorme piedra donde se encontraban más prisioneros, nos indican que nos sentemos junto a ellos, me estoy acercando y uno levanta la vista, me mira a los ojos y sonríe, con una sonrisa que apenas podía disimular el dolor. Creo que ninguno de los dos podía creer ese encuentro, pero era real, estábamos ahí, sobreviviendo, nuevamente juntos, y esta historia nos encontró, como prisioneros de guerra. ¡El Tano estaba vivo!
Hacía veinte años que habíamos nacido en Tolosa y hoy hace veintisiete años que volvimos a nacer en Malvinas, y El Tano siempre estuvo, siempre está, en las buenas, en las malas. El Tano, mi amigo de la infancia, mi compinche, mi hermano del alma, al que me une una historia de las tantas compartidas, aunque ésta marcó por siempre.
...“Yo hago pareja con El Tanooooo!!!. Uno siempre buscaba al más rápido para jugar a la mancha de a dos... o al más compinche”...

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