Hace 34 años que comenzaban los últimos cuatro días de la guerra de Malvinas. Esos últimos 4 días donde sólo tomé agua de charcos, mastiqué algún poroto que tenía en el bolsillo y no dormí. Robándole las palabras a Jorge Semprún, 4 días donde atrevesé la muerte.
Escribo esto, en el celu, en la habitación 212 del Hotel Premier Inn de Exeter.
Hace 34 años me llevaron para matar a padres, abuelos o hijos de esta gente, quizá alguno de los que cruzo caminando por la Southernhay street es alguno de ellos. A los 20 como ahora a los 54 tampoco quiero matarlos, ni a ellos ni a nadie. No nací para matar gente.
Conviviendo unos días, los vas conociendo un poco. Ordenados, prolijos, competitivos. Por el río Exe practican vela, remo, están los Sea Scout Group o pibes de escuela que van a remar en esos botes que entran como 20, todos reman a la par al son de un tambor que va a proa en el bote que tiene escrito royal marines comandos. Son muy disciplinados.
Cuando voy a trotar a orillas del Exe las sendas tienen marcados carriles para peatones y cliclistas. Yo, corro por el carril de las bicis, cuando ellos van, yo vengo. No es rebeldía ni viveza criolla: son años de educación vial.
Por la mañana corro una hora los veo siempre en el río tan disciplinados con sus cascos y salvavidas, mientras yo corro, corro y no paro. Parece que cuando estoy entre ingleses tengo que correr.
Me agito y tengo que parar, camino, respiro hondo, largo el aire. Tengo la garganta seca y escupo.
El gargajo me hace pensar: escupí suelo inglés, pienso en el poyo y en realidad no me despierta ningún sentimiento, sólo un gran alivio en la garganta.
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